Esta historia fue co-publicada en conjunto con Epicenter-NYC
Jose-Maria, de 43 años, sentía ansiedad cada vez que sonaba su teléfono celular. Sabía que sería el mismo mensaje automático recordandole que había sobrepasado el límite de sus tarjetas de crédito. Esas llamadas eran comunes desde que agotó sus tarjetas en junio de 2020, tres meses después de que la ciudad de Nueva York entrara en confinamiento debido al coronavirus.
Ella obtuvo un préstamo de consolidación de deuda para pagar sus saldos de crédito de alto interés. “En el desespero en que estaba, no tenía otra opción”, dijo a Documented. Si bien las constantes llamadas telefónicas fueron reemplazadas por un pago mensual de $352, Jose-Maria todavía se sentía inundada de la presión de no tener una fuente de ingresos. Hasta que llegó el Fondo para Trabajadores Excluídos (EWF, por sus siglas en inglés).
El EWF fue un programa estatal de $2,100 millones que otorgaba hasta $15,600 a los neoyorquinos que no eran elegibles para recibir el cheque de ayuda federal por la pandemia ni los beneficios por desempleo. Durante nuestra cobertura noticiosa del programa, Epicenter-NYC y Documented hablaron con más de 60 beneficiarios. Sus historias cuentan el impacto que tuvo este fondo histórico en las vidas de los neoyorquinos que perdieron sus trabajos debido al coronavirus y necesitaban el impulso financiero para sostener sus hogares, mantener unidas a sus familias, pagar facturas médicas y comenzar nuevos negocios.
Estas son algunas de las historias que escuchamos de la comunidad de WhatsApp de Documented.
Jose-Maria, quien vive en Brooklyn desde que se mudó de la República Dominicana hace diez años, sufre una enfermedad cardíaca crónica que la hizo más vulnerable al coronavirus. Su médico le recomendó evitar las aglomeraciones y quedarse en casa cuando la pandemia empezó. Jose-María tuvo que abandonar su trabajo de niñera de $450 semanales y usó sus ahorros para cubrir el primer mes de alquiler. Después pidió $2,100 a su amiga para cubrir los costos de los meses siguientes. Cuando se le acabó el dinero, comenzó a usar sus tarjetas de crédito para necesidades como pagar sus facturas de servicios públicos y comprar alimentos.
A medida que sus saldos comenzaron a llegar al límite, dice que la incertidumbre de no saber si podría pagarlo la hizo sentir como si estuviera con el agua hasta el cuello.
“Fue como ver la luz al final del túnel”, dijo José María cuando recibió la notificación de que había sido aprobada para recibir el Fondo para Trabajadores Excluídos, que le otorgó un pago único de $14,820 después de impuestos estatales. “Había pagado mis impuestos desde que comencé a trabajar, por lo que presentar las pruebas no fue un problema, aunque sé que otras personas tuvieron problemas debido a los requisitos”, dijo.
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El alivio que sintió al pagar sus deudas fue como un “peso que se te quita del pecho y te deja respirar de nuevo”, recuerda Jose-Maria. Inmediatamente pagó los préstamos que tenía, la factura del teléfono que se había atrasado y se compró un par de botas para el invierno que se acercaba.
En enero de 2022, su madre, Nora Spencer, de 84 años, quien la visitaba desde Santo Domingo, tuvo que someterse a una inesperada cirugía de emergencia que resultó en la amputación de su pierna. Jose-María tuvo que brindar apoyo emocional y financiero durante tres meses. Se quedaron en su apartamento en el Bronx.
“No habría podido cuidarla si no tuviera dinero. ¿Cómo podría comprarle comida, medicinas, transporte? [El dinero] fue muy útil y me siento bien sabiendo que pude cuidar de mi madre”, agregó. Nora ya está de vuelta en Santo Domingo y goza de buena salud.
De manera similar Ana, de 36 años, sabía que iba a estar sin trabajo por mucho tiempo cuando comenzó el confinamiento. Ella trabajaba como empleada doméstica, alternaba entre limpiar casas y masajista; iba a pasar un tiempo hasta que sus clientes finalmente se sintieran lo suficientemente cómodos como para dejarla entrar a sus hogares otra vez.
Ana estuvo más de seis meses sin trabajar. Sus ahorros se agotaban lentamente y se atrasó en el pago de cuatro meses de alquiler. Cuando comenzó a trabajar, la mayoría de sus clientes se habían mudado fuera de la ciudad, y los que se quedaron solo la llamaban una vez al mes para limpiar casas que habían estado desordenadas durante semanas.
Antes de la pandemia, ganaba alrededor de $400 por semana, y durante estos meses tenía suerte si ganaba $100. “Fue muy complicado”, dijo. “Era muy difícil sobrevivir y no había forma de sustituir mi trabajo porque no había ningún empleo disponible. Y debido a que la demanda [de trabajos] era alta, la gente pagaba muy poco”, le dijo a Epicenter-NYC.
Ana encontró una notificación sobre el Fondo para Trabajadores Excluídos a través del grupo de WhatsApp de Documented. Rápidamente reunió sus documentos y presentó su solicitud. “Fue una gran ayuda”, dijo. Al igual que Jose-María, también fue aprobada para el pago de $14,820. No sabía que este dinero la ayudaría a iniciar su propio negocio.
Ana pagó más de $4,000 de alquiler. Usó el resto del dinero para comprar equipos para empezar su negocio de terapia de masajes que instaló en su casa. Compró una mesa de masajes, cortinas para separar su espacio de trabajo de su sala y un equipo de aromaterapia. “Estas cosas son muy caras, por eso nunca pensé en lanzar un negocio [por mi cuenta]”, dijo. “Gracias al dinero, pude hacerlo”.
El dinero de EWF también resultó útil cuando azotó el huracán Ida. Ana vive en el primer piso y se le inundó toda la cocina cuando su lavaplatos comenzó a desbordarse. Le envió varias fotos de los daños al propietario, pero él no la ayudó y tuvo que reparar la cocina sola.
Tuvo que cambiar la estufa, rehacer los pisos y arreglar la pared que había colapsado por la humedad. Ella no estaba al tanto del Ida Relief Fund for Excluded New Yorkers, por lo que estaba agradecida de que aún le quedaban fondos del EWF. “El dinero que recibí me está ayudando precisamente para esto”, pensó. “Me llegó justo a tiempo”.
“El dinero ayudó a muchas familias a recuperarse financieramente. Ayudó a las personas a alcanzar sus metas y alcanzar sus sueños”, dijo Ana. Ella está ansiosa por ver cómo crecen su negocio y su clientela. “Estoy muy agradecida por todo porque fue de gran ayuda”, dijo.
“Tenía una garantía sobre mi casa en República Dominicana”
A lo largo de las conversaciones con los miembros de nuestra comunidad, supimos que muchos de ellos habían pedido dinero prestado a familiares y amigos en los meses posteriores a la pérdida de sus trabajos y tras haber agotado sus ahorros. Carolyn, de 54 años, pidió un préstamo de un banco en su ciudad natal de Baní y puso como garantía su casa en la República Dominicana.
“Me ganaba la vida limpiando casas y hacía alrededor de $600 a la semana. Mis empleadores tienen hijos y tenían miedo de que yo estuviera en un tren lleno de gente, así que me pagaron el costo del Uber durante las primeras semanas de marzo. Pero luego simplemente no pudieron hacerlo y no me contrataron más”, dijo Carolyn.
Al no poder pagar el alquiler de su apartamento de Brooklyn donde había vivido durante tres años desde que llegó a Nueva York, se fue a vivir con su prima a un apartamento compartido de dos habitaciones. Se sentía avergonzada de no poder ayudar con el alquiler, ni con los servicios de agua y luz, ni con la comida. “Me estaba volviendo loca, sin tener dinero para los gastos, así que tuve que pedirle a alguien a quien le había prestado dinero en el pasado que me lo enviara”.
Carolyn buscaba trabajo todo el tiempo y encontró uno de limpieza a principios de marzo del año pasado, diez meses después de que la despidieron de su empleo de limpieza donde trabajó por tres años. Para entonces, había acumulado una deuda de alrededor de $6,000. Un mes después, se anunció la EWF y en agosto se abrió el plazo para las solicitudes. Ella aplicó en cuestión de días.
“Todas las noches antes de dormir oraba a Dios. Tenía tantas preocupaciones en mi mente, tantas dudas. Podía perder mi casa que había usado como garantía para el préstamo, por lo que los fondos… y que me aprobaran fue como ver la única luz al final del túnel”, dijo.
Carolyn iba a los cajeros automáticos todos los días para sacar dinero de la tarjeta de débito que le había dado el programa EWF y así pagó toda su deuda. Su prima finalmente se mudó a Carolina del Norte, pero tener el respaldo de algunos de los fondos le permitió a Carolyn buscar su propio apartamento en Brooklyn.
“Si no fuera por ese dinero, probablemente habría regresado a mi país”.
El Fondo para Trabajadores Excluídos fue un sustituto del alivio estatal de la renta, ERAP.
Las historias de Carolyn, Ana y Jose-Maria no son únicas. Un informe publicado por Immigration Research Initiative (IRI), un grupo de expertos en políticas públicas, encontró que los beneficiarios habían usado sus fondos para pagar facturas acumuladas, junto con otras necesidades básicas. El informe afirma que también dio un impulso a la economía local, dado que muchos hicieron compras dentro de sus propias comunidades.
Las organizaciones sin fines de lucro ayudaban a las personas a aplicar para el Fondo para Trabajadores Excluídos. Emili Prado es coordinadora de referencias de servicios en La Colmena, una organización comunitaria que atiende a trabajadores inmigrantes de bajos ingresos en Staten Island.
Ella recuerda vívidamente a una mujer que había presentado una solicitud para su padre enfermo y pensaron que se la habían denegado. Prado revisó la solicitud, la apeló, reunió los documentos que faltaban y la envió para que la revisaran. Así recibieron un pago de $14,820. Más tarde, Prado descubrió que el padre estaba luchando contra el cáncer y estaba muy agradecido porque iba a poder pagar sus facturas médicas.
“Muchos de ellos usaron [el dinero] para gastos médicos”, dijo Prado. “Muchas personas tenían facturas de alquiler y electricidad acumuladas. Muchos buscaban la forma de pagar sus deudas”. También agregó que muchos trabajadores necesitaban desesperadamente asistencia para el alquiler, pero el propietario no estaba dispuesto a ayudarlos a reunir los documentos que necesitaban.
Jessenia Guapisaca es una organizadora comunitaria en Churches United for Fair Housing. Guapisaca atendió a amas de casa que tenían negocios o eran vendedoras ambulantes, y que perdieron ingresos durante la pandemia. Ella brindó una guía a muchos trabajadores excluidos para ayudarlos a reunir sus documentos.
La mayoría de las personas a las que ayudó también calificaron para el nivel más alto de pagos del EWF. Según ella, la mayoría de las familias pudieron saldar sus deudas con el dinero que recibieron, y como la decisión de EWF llegó durante las vacaciones, muchas familias compraron regalos de Navidad para sus hijos.
Guapisaca dice que la mayoría de las personas que recibieron fondos luchan ahora por otros trabajadores y marcharon con la campaña #Fund Excluded Workers. “Fue realmente el agradecimiento por haber recibido los fondos lo que los hizo seguir luchando día tras día”, dijo.
Dayana Carmona, de 43 años, trabajaba como niñera hasta que llegó la pandemia. Su empleador, un médico, le recomendó que se quedara en casa y la mantuvo con un salario durante los primeros meses después que se decretara el confinamiento.
El esposo de Carmona perdió su trabajo en un teatro y no pudo mantener un salario debido a la inestabilidad de los trabajos de fábrica que estaba tomando. La presión aumentó cuando el empleador de Carmona no pudo pagarle a ella. Pidieron préstamos a amigos y familiares en Venezuela, a pesar de que ellos también se habían visto muy afectados por la pandemia y la crisis política en curso. La mayor parte del dinero la usaron para pagar el alquiler de su apartamento.
“Estábamos bajo mucha presión sabiendo que debíamos tanto dinero”, dijo Carmona, y agregó que tuvo que pedir prestado para comprar una bicicleta para su esposo, quien luego comenzó a entregar alimentos por Instacart. Los viajes eran largos sin coche y difíciles durante los días fríos. Un día lluvioso, su esposo resbaló en su bicicleta y casi lo atropella un camión. Si bien se recuperó rápidamente de la caída, no quería seguir trabajando en bicicleta.
La familia hizo fila cada semana para las despensas de alimentos en Brooklyn y buscó organizaciones comunitarias que les brindaran recursos e información. Carmona se enteró del EWF a través de Cabrini Immigrant Services de NYC. Dieron seminarios en línea sobre los documentos necesarios y cómo completar la solicitud. Carmona fue una de las primeras en presentar la solicitud y fue aprobada por $14,820.
“No me lo esperaba. Todo lo que puedo decir es que Dios es bueno”, dijo.
Lo primero que hicieron Carmona y su esposo fue pagar sus deudas. Luego le compraron el uniforme escolar a su hijo, e invirtieron el dinero de ayuda como pago inicial para un automóvil, ya que su esposo empezó a trabajar a tiempo completo en entregas a domicilio y con el auto sería más fácil, así podría hacer entregas a distancias más largas y se iba a sentir más seguro en el trabajo. Carmona también se unió a él como repartidora una vez que su hijo volvió a la escuela.
“Si no hubiéramos recibido esta ayuda, todavía tendríamos nuestra deuda, mi esposo todavía andaría en bicicleta durante el invierno y estaríamos pagando nuestras deudas quién sabe hasta cuándo”, dijo.
Traducido por estudiantes del “Proyecto de traducción de noticias para comunidades latinas”: Tiffany Filpo, Edith Amparo, Evelyn Villar de los Santos y Sara Regis da Silva, con edición de la profesora Lidia Hernández Tapia.
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