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ICE se llevó a su hijo de su hogar en el Bronx y fue trasladado por error a la megacárcel de Bukele en El Salvador

Merwil Gutiérrez no tenía antecedentes penales cuando los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de los Estados Unidos (ICE) lo detuvieron frente a su casa. Su padre, Wilmer, continúa buscando respuestas.

Paz Radovic

Apr 24, 2025

Merwil Gutiérrez was arrested from his house in The Bronx. Wilmer, his dad, is looking for answers

Wilmer Gutierrez, 40, poses for a portrait outside the shared home where he lived with his son Merwil Gutierrez, 19, in Bronx, NY on Friday, April 4, 2025. Gutierrez has not been able to contact his son since his sudden deportation to El Salvador, where he has been held in prison since March, as part of a Trump administration move that invoked the Alien Enemies Act to deport over 200 Venezuelan immigrants the administration alleged to have gang ties. Photo: Anna Watts for Documented

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Wilmer Gutiérrez aún no entiende cómo su hijo terminó en la prisión más peligrosa del mundo. Mientras revisa fotos en su celular, repasa las imágenes de ambos en la selva colombiana, cruzando la frontera y trabajando juntos. Hay otras imágenes donde aparecen rodeados de su familia en Venezuela. Ahora, desde el departamento de seis habitaciones en el Bronx que comparte con otras 12 personas, Wilmer mira esas fotos con nostalgia y dolor.

El 24 de febrero, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de EE.UU. (ICE) detuvo a su hijo de 19 años, Merwil Gutiérrez, junto a otros 237 venezolanos. No tenía antecedentes penales, ni en Venezuela ni en EE.UU., tampoco tenía tatuajes — uno de los criterios usados por la policía estadounidense para vincularlos con el cártel del Tren de Aragua. Pero nada de eso impidió su detención.

Wilmer Gutiérrez, de 40 años, de Venezuela, muestra una foto suya junto a su hijo Merwil, de 19, en el Puente de Brooklyn, desde la casa que compartían en el Bronx, Nueva York, el 4 de abril de 2025 (Photo: Anna Watts for Documented).

“Siento que a mi hijo lo secuestraron”, dice Gutiérrez. “He pasado horas interminables buscándolo, yendo de una comisaría a otra, hablando con muchas personas que me mandaban a otros lugares. Y aun así, nadie me ha dado información ni un solo documento sobre su caso”.

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Después de trasladarlo a Texas, lo transfirieron al Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT) en El Salvador, la megacárcel construida por el presidente Nayib Bukele. Fue una medida sin precedentes, habilitada luego de que Trump invocara la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798 con la intención de acelerar la deportación de supuestos miembros del cártel del Tren de Aragua, una banda criminal venezolana que, según las autoridades oficiales, forma parte de una “invasión” a EE.UU. y representa una grave amenaza a la seguridad nacional.

En medio del ir y venir de los otros inquilinos, el ruido de los niños jugando y las cámaras de seguridad instaladas por el dueño del departamento, Wilmer intenta reconstruir cómo su hijo se convirtió en uno de los cientos de hombres enviados a El Salvador. Muchos de ellos eran como Merwil: detenidos al azar sin sospechas previas. Una investigación del programa 60 Minutes transmitido a través de la señal CBS descubrió que el 75 % de los venezolanos encarcelados no tenían antecedentes penales. Lo hicieron luego de acceder a documentos internos del gobierno y cruzarlos con archivos judiciales nacionales e internacionales, informes de prensa y registros de arrestos.

Wilmer se enteró que su hijo había sido detenido después de recibir una llamada telefónica el 24 de febrero de su sobrino Luis, quien vive con ellos. Esa mañana fue la última vez que estuvieron juntos: habían ido a lavar ropa cerca de casa y luego Merwil se encontró con un amigo para hacer unos trámites en la Cruz Roja Americana. Según Luis, quien vio la situación desde el interior del edificio, cuando Merwil regresaba a casa, fue detenido por ICE a pocos pasos de la entrada. “Los oficiales lo agarraron a él y a otros dos chicos. Uno dijo: ‘No, él no es’, como si buscaran a otra persona. Pero el otro dijo: ‘Llévenselo igual’”.

Ese momento marcó el inicio de la desesperada búsqueda de respuestas por parte de Wilmer. Respuestas que aún no encuentra.

El sueño americano

Antes de llegar a EE.UU. en 2023, Wilmer vivía junto a su familia en Los Teques, una ciudad cerca de Caracas. Ahí trabajó en PDVSA, la empresa estatal de petróleo y gas de Venezuela y más tarde abrió su propio negocio de reparación de celulares. Todos sus ingresos eran para mantener a su familia, que incluía a su madre con cáncer y sus tres hijos: Merwil, Wisleidy y Wiskelly (esta última vivía con su madre en Perú).

Sin embargo, ninguno de esos trabajos alcanzaba para cubrir siquiera los gastos básicos. “Con cómo estaban las cosas en Venezuela, el salario mensual no alcanzaba ni para comer”, dice Gutiérrez. Esa situación, junto con la dictadura de Nicolás Maduro y la inestabilidad política, lo llevó a tomar una decisión: una vez que Merwil terminara la escuela, comenzarían su camino hacia el sueño americano, en un lugar donde podrían tener una vida mejor y más estable.

El 19 de mayo de 2023, Wilmer inició su viaje a EE.UU. a pie y en bus, junto a su hijo Merwil y su sobrino Luis. Primero llegaron a Colombia. Cruzaron la selva del Darién hacia Panamá, una ruta que toman casi todos los migrantes venezolanos para llegar a los Estados Unidos. El viaje duró un mes hasta que llegaron a Ciudad Juárez, en México. Desde allí, solicitaron una cita a las autoridades para pedir el parole humanitario (una figura legal que autoriza el permiso de permanencia temporal a una persona que es inadmisible o no elegible para ingresar a Estados Unidos). Esperaron una semana hasta que lograron conseguir una cita con las autoridades migratorias. En la ciudad, incluso consiguieron trabajo en una obra de remodelación de un hotel mientras esperaban hasta el 21 de junio, la fecha en que debían presentarse ante las autoridades migratorias. Wilmer recuerda haber dormido a la intemperie esa noche, justo en la frontera con Estados Unidos. Tuvieron que hacerlo para no perder su lugar en la larga fila que se formaba cada día frente a la oficina de migración.

Wilmer Gutiérrez muestra una foto suya junto a su hijo Merwil Gutiérrez tomada poco después de su llegada a Nueva York, tras haber ingresado a Estados Unidos (Photo by Anna Watts for Documented)

Una vez en los EE.UU., se presentaron ante las autoridades, explicaron su situación y abrieron un caso de asilo. Fueron enviados a un refugio en Texas, luego transferidos a Denver y finalmente tomaron un autobús hacia Nueva York. Wilmer, Merwil y Luis se registraron en el Hotel Roosevelt, símbolo emblemático de la crisis migratoria en Nueva York, usado tanto como centro de recepción así como para el refugio temporal de los solicitantes de asilo.

Durante esa misma semana de junio terminaron en un galpón industrial cerca del aeropuerto JFK, reconvertido en un albergue. “Parecía una sala de hospital”, recuerda Wilmer, al describir las filas de pequeños catres alineados uno al lado del otro. A partir de allí, tras haber obtenido el permiso de trabajo, comenzaron a buscar empleo. “Todos los días caminábamos por Manhattan y alrededores preguntando si sabían de algún trabajo”, cuenta. Después de dos semanas de la misma rutina, un amigo les pasó un dato: si iban a unas bodegas cercanas al aeropuerto JFK por las noches, encontraría algo.

Consiguieron el empleo en julio. Trabajaban en una bodega que manejaba pedidos de las empresas Shein y Temu provenientes de vuelos de China. Después de firmar contrato, buscaron ayuda legal para tramitar permiso de trabajo y número de seguro social. El trabajo se organizaba a través de  un grupo de WhatsApp, donde el jefe enviaba cada noche la lista de quienes trabajarían de 9:00 p.m. a 6:00 a.m. La familia Gutiérrez trabajaba aquí al menos seis noches por semana, ganando $140 por turno.

“Nuestros días eran al revés”, dice Gutiérrez. “Mi hijo y yo dormíamos de día y trabajábamos de noche. No había tiempo para fiestas ni nada de eso. Solo volvíamos al departamento en el Bronx, que conseguimos gracias a un amigo, y que compartíamos con desconocidos. Nos encerrábamos en la habitación hasta el próximo turno”. Esta rutina siguió así hasta que recibieron noticias sobre su caso migratorio: la audiencia judicial había sido fijada para febrero de 2027.

Trasladado a la cárcel de un país ajeno

La última vez que Wilmer habló con su hijo, fue el 16 de marzo, durante una breve llamada que la policía le permitó hacer a Merwil para contactar a la familia. Wilmer logró ubicarlo tras una larga búsqueda, yendo de lugar en lugar con la esperanza de buscar respuestas: primero fue a la comisaría local, de ahí lo derivaron al juzgado y luego a otras dependencias. Todas sin éxito. Cada vez que llegaba a un lugar, dice, la respuesta era la misma: “su hijo no está aquí. No tenemos información sobre su caso”.

Por teléfono, Wilmer recuerda que Merwil sonaba confundido pero tranquilo. Su hijo le contó que seguía detenido en Pensilvania y que, al parecer, lo enviarían a Texas y luego de vuelta a Venezuela. Pero eso nunca ocurrió.

Sólo después de ver un informe en las noticias que listaba a los 238 venezolanos detenidos, Gutiérrez se enteró de que su hijo había sido enviado a El Salvador bajo la aplicación de la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798. Ya podía imaginar las condiciones en las que estaría al ver videos en redes sociales de detenidos con la cabeza rapada y siendo trasladados a la fuerza hacia sus celdas. “Habría entendido si lo enviaban a Venezuela”, dice. “Pero ¿por qué a un país que nunca conoció?”

Wilmer Gutiérrez posa para un retrato en el área común de un departamento compartida en el Bronx, donde vivía con su hijo Merwil Gutiérrez (Photo: Anna Watts for Documented)

Según William Parra, abogado de inmigración de Inmigración Al Día, el estudio de abogados que patrocina el caso de Merwil, su detención fue arbitraria e injustificada, ya que tenía un caso abierto junto a su padre y se habían estado presentando en todas las instancias judiciales. “Merwil fue detenido por estar con amigos en el lugar y momento equivocados. ICE no lo buscaba. Tampoco hay evidencia de que pertenezca a ninguna banda criminal”.

Parra agrega que han intentado contactar a ICE para saber dónde está detenido, ya que ni la familia ni la firma de abogados pueden encontrarlo en el sistema. “Según ICE, está detenido en Philipsburg (una localidad de Pensilvania, en el noreste de Estados Unidos), pero eso no ha sido verificado. Estoy intentando comunicarme con él”, dice.

Pese a que fueron contactados, las autoridades del ICE no respondieron a las preguntas de Documented.

La administración de Trump ha admitido que deportaron por error a algunas personas entre los 238 venezolanos. Kilmar Abrego García es uno de ellos. Él, es residente de Maryland con Estatus de Protección Temporal, una figura que permite a personas de algunos países afectados por conflictos armados o desastres naturales residir y trabajar legalmente en el país. Su detención fue reconocida como un “error administrativo”.

Wilmer espera que lo de su hijo también lo sea. Mientras tanto, la espera ha sido desesperante y el tiempo lo ha hecho cuestionarse algunas cosas, incluida su fe en el sueño americano. Porque lo que al principio parecía una vida prometedora, no la fue. Tras llegar a este país, Gutiérrez dejó en Venezuela a su hija y a su madre, quien falleció de cáncer en diciembre pasado y de la que no pudo despedirse.

Sí, Estados Unidos le ofreció un mejor salario, pero a costa de peores condiciones de trabajo y de vida. Pero lo que es más doloroso aún, dice, es la sensación de que este país ha quebrado a su familia. Por eso es que ha pensando en irse. 

Con la mirada perdida en la ventana, los ojos cansados y los hombros caídos, Gutiérrez deja escapar un suspiro silencioso, de esos que llegan después de muchas noches sin dormir y caminos sin salida. A su alrededor, la habitación se llena de murmullos y el tintinear de platos, mientras quienes comparten techo con él intentan ofrecerle consuelo. Antes de salir a otro largo turno nocturno en la bodega, dice: “Lo único que quiero es dejar todo esto atrás y volar de regreso a mi país. Solo estoy esperando que liberen a mi hijo.”

Traducción realizada por Refugio Latinoamericano.

Paz Radovic

Paz Radovic is a bilingual journalist based in New York City. As the Spanish-Community Correspondent at Documented, she amplifies Hispanic and Spanish-speaking voices in NYC through events, engagement, and content creation. Her reporting background includes investigative work for streaming productions, newspapers, and TV in Chile, covering politics, gender, health, education, migration, and social issues. More recently, she has focused on audience engagement, optimizing newsroom analytics, and developing social media strategies.

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